
Profeso una sosegada simpatía al punto y coma; lo uso. ¿Cuándo? Cuando
compruebo que me pone orden en el tráfico de las palabras. Por ejemplo, en las
enumeraciones largas con incisos, como es el caso presente; en las concesivas
(así las llamábamos en mi lejana época de colegial) de cierta longitud; cuando
un punto y seguido me pone un tajo demasiado separador entre dos oraciones breves.
También en algunos casos de elisión: Este
es bobo; ese, listo. (Desnudé de tildes los pronombres demostrativos hace
cosa de diez años; desde entonces los llevo calvos.)
Tiene un poco de mala fama el punto y coma, particularmente entre quienes
no saben manejarlo. Son los mismos que abogan por el ajusticiamiento de las
haches, los acentos diacríticos y de cualesquiera elementos de la escritura cuyo manejo
razonable presupone el conocimiento de las normas. No desconozco aquello que
escribió Kurt Vonnegut con respecto al punto y coma. Es habitual que algunos
citen la afirmación sin acordarse de que el recomendante se refería a la lengua inglesa. Sería,
en efecto, pueril emplear el punto y coma sin otro propósito que demostrar que
se ha ido a la universidad. Sería casi tan pueril como ocultar en forma
lingüística que uno tiene estudios universitarios.
Para los que venimos de la parte baja de la sociedad, haber asistido a una universidad no nos produce una mota de vergüenza. Por eso, cuando el hijo de mi
madre escribe un punto y coma no siente que está luciendo carroza en el arrabal
ni renegando de su estirpe Yo me conformo tranquilamente con emitir el mensaje
de que mediante el estudio y la formación, las lecturas y el conocimiento
minucioso del idioma, hay una posibilidad de salir del arrabal.
Así que seguiré usando el punto y coma como uso verbos, paréntesis y uves dobles,
de la misma manera que no pongo en el borde del plato, durante las comidas, los tropezones que no me
gustan o que me han dicho que no me tienen que gustar.
Por cierto, ¿cómo se dice punto y coma en plural?